martes, 23 de febrero de 2016

Space Act: un regreso a los principios fundadores de EE.UU. (*)

Hace un par de meses se aprobó la ley denominada SPACE Act of 2015 (SPACE, según sus siglas en inglés), presentada en el congreso por el representante Kevin McCarthy (Republicano, California, Distrito No. 23) y ya aprobada por el presidente Barack Obama, lo que convierte a EE.UU. en un pionero en relación al campo de la minería en el espacio estelar.
Básicamente, la nueva Ley permite a los ciudadanos de EE.UU. tomar parte en la exploración y explotación comercial de los recursos del espacio, lo que incluye, por ejemplo, al agua y a los minerales que puedan llegar a extraerse de los cuerpos celestes. Esto abre inmensas posibilidades de encontrar nuevas grandes cantidades de los metales ya conocidos, como ser oro, plata, platino o cobre, nuevos lotes de agua para consumo humano, yacimientos de petróleo que prolonguen el uso del mismo para crear energía, y por qué no, nuevos tipos de elementos químicos hoy desconocidos por nosotros pero que pueden llegar a revolucionar nuestra vida cotidiana actual.
Ahora bien, para poner en contexto esta noticia, conviene detenerse unos minutos en el pasado. La historia del mundo ha demostrado que es imposible operar en los mercados sin un marco institucional que nos permita definir claramente sus reglas y, así, asumir o no la posibilidad de tomar riesgos con la intención de minimizar lo más posible los costos en que se van a incurrir. Este contexto no le es, ciertamente, ajeno a la historia de EE.UU. Es que, salvando las distancias, se puede comparar esta novedad directamente con la llamada Gold Rush, o Fiebre del Oro, que se dio en la costa oeste americana hacia el año 1850. En esa época, miles de personas dejaban sus ciudades originarias y tomaban el riesgo (y la aventura) de atravesar el desierto central, para migrar a las costas californianas y así llegar a la posibilidad de hacerse del preciado oro que les cambiaría, tal vez, la vida para siempre. Obviamente esto no solo les trajo ganancias personales a los pioneros, sino que tales beneficios se diversificaron hacia toda la sociedad y permitieron las bases del fabuloso progreso y conquista del Lejano Oeste, con obras monumentales para la época como la construcción de líneas ferroviarias que conectaban el este con el oeste, florecieron incontables pueblos (luego algunos grandes ciudades), los telégrafos, etc.

Es importante resaltar que, finalmente, en el fondo de las causas de la Gold Rush estaba el respeto irrestricto a los derechos individuales de propiedad. Comparativamente, mientras la gente en el norte arriesgaba todo por un poco de oro, en Latinoamérica pasaba todo lo contrario. Y sucede que la diferencia entre América Latina y EE.UU. fue que, en la primera, el Rey durante la colonia era dueño de todo el subsuelo (en ese momento fundamentalmente oro y de la plata), y luego de los distintos procesos independentistas, ese propiedad pasó de la corona a los gobiernos federales (en otras palabras, de un monopolio del monarca a un monopolio gubernamental), mientras en EE.UU. pasó todo lo contrario. Al independizarse y dejar de ser una colonia inglesa, los minerales en el suelo y subsuelo pasaron a ser propiedad de las personas, no de los gobiernos. En definitiva, tomaron el respeto inviolable del Rule of Law, de su anterior colono, y lo aplicaron al nuevo estado naciente.
Hoy, 150 años después, se toma como correcto punto de partida el derecho romano y el concepto res nullius, a través del cual la propiedad no le pertenece a nadie en abstracto, sino hasta que alguien reclama posesión de la misma. Es decir, se enfatiza en el espíritu de la libertad y una estructura de leyes para la defensa de la propiedad de sus ciudadanos.



La Ley SPACE de 2015 es la versión siglo XXI de EE.UU., que ha dado más libertad de ejercicio a sus ciudadanos como nunca en la historia de la humanidad, teniendo en cuenta que el motor del progreso de las civilizaciones es la libre acción humana. Por supuesto, la libertad individual le permitirá a cada uno actuar y proceder por sus propios valores. Los mismos se someterán, claro, a un proceso deliberado de preferencias, elecciones y selecciones de medios para lograr los nuevos fines que les brinda esta nueva Ley. Pero la misma abre un promisorio futuro para la humanidad, tan importante y complejo que hoy no es posible aventurar un pronóstico final acerca de la conquista del espacio. Pero si podemos afirmar que se trata de un excelente primer paso.


domingo, 29 de marzo de 2015

Federalismo, una de las bases de la libertad (*)

El agrandamiento del gobierno central va en contra del espíritu y la letra del libre mercado, dado que un gobierno grande es sinónimo de intromisión, de impuestos y de injerencia en la las libertades de los individuos.

John Stuart Mill
Ya decía John Stuart Mill que es innecesario y contraproducente agregar funciones adicionales al gobierno, puesto que los individuos, mayoritariamente, entonces darán por sentado que tales tareas serán hechas por el estado (por ejemplo, obras públicas, seguros, bancos, universidades) y, en buena manera, se enerva la actividad de las personas, la iniciativa personal, y, finalmente, se cercena la libertad individual. Justamente la libertad individual para que cada persona pueda elegir y no dejar que el gobierno decida por nosotros, equivocarnos con nuestras propias decisiones y no con las de otros. En definitiva ganarse el pan con el sudor de la frente y no con el sudor del de enfrente.

Los gobiernos grandes tienden a la compulsión de controlar todo lo que más puedan. Como decía Lord Acton “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Y en ese afán, las buenas intenciones que puedan llegar a tener los gobernantes de turno y los resultados de sus políticas siempre son muy diferentes. Uno de los problemas centrales es el tema de fijar reglas claras para los gobiernos y los límites, que cosas sí y que cosas no. Así llegamos a lo que en la mayoría de los países llaman Constituciones (escritas o por tradición, como en el caso de Gran Bretaña). Y federalismo a la manera en que se organizan internamente los estados. La mejor práctica es la administración que se descentraliza en varios pequeños gobiernos, porque pocas cosas son tan inestables como un ejecutivo central y, si sabemos que éstos son un mal necesario, entonces es mejor tener a la bestia encadenada, para no sufrir lo que podría llegar a ser un macro gobierno central gigante. En el Federalista X, Madison destaca sobre los gobiernos elegidos por medio de la democracia: “una democracia pura, por la que entiendo una sociedad integrada por un reducido número de ciudadanos que se reúnen y administran personalmente el gobierno, no puede evitar los peligros del espíritu sectario”, siguiendo, “aprueban medidas no conformes con las normas de la justicia y los derechos del partido más débil, impuestas por la fuerza superior de una mayoría interesada y dominadora”. Justamente, es grandísima la peligrosidad de tener a un grupo muy reducido de individuos decidiendo el futuro de otros millones.

Así, en el federalismo lo importante es que el gobierno de la provincia A no intervenga en la vida de los ciudadanos de la provincia B o C. Como bien señala  Antonio Martino, de la Universidad de Roma, a su vez los gobiernos experimentan políticas públicas con procesos de prueba-error. Martino reitera que una descentralización en pequeños y muchos gobiernos permite la pacífica confraternización entre las diferentes etnias, grupos lingüísticos y geografía en los países. Cada provincia federal tiene entonces la libertad de gobernarse como le plazca, compitiendo finalmente por los habitantes, donde las exitosas atraigan más gente a vivir en ellas que las restantes. Pequeños países dentro de un gran país. Así fueron fundados en sus comienzos naciones como Suiza, Argentina, o el mismo EE.UU., que es en realidad no una nación sino un continente de 50 naciones con un gobierno federal que solo centraliza reducidos y limitados poderes, como la defensa o las relaciones exteriores.

En síntesis, si defendemos la libertad a través, claro, de un gobierno limitado y centrado en sus tareas esenciales, debemos también necesariamente abocarnos a la tarea de lograr un verdadero, efectivo, seguro y práctico federalismo.

lunes, 2 de marzo de 2015

El insólito control de cambios en la Argentina (*)

Desde el año 2011, la Argentina sufre un severo y estricto control de cambios (llamado cepo por el común de la gente) instrumentado por el gobierno de Cristina Fernandez de Kirchner. Desde entonces, cambiar dólares u otras monedas a pesos y viceversa se ha convertido en una tarea titánica, prácticamente imposible. Por supuesto,  no se logró otra cosa más que consolidar el mercado paralelo (popularmente conocido como blue), que se expandió hasta lograr una brecha  entre el dólar oficial y el del libre mercado del orden del 50%. Demás está decir que tan exótica medida no hizo más que desalentar el comercio, desproteger los ahorros de las personas, obligarlos a operar en la informalidad, etc.

Sin embargo, en octubre del presente año habrá elecciones presidenciales, lo que podría introducir un callejón de salida a los argentinos, agobiados por éste y tantos otros temas. En este contexto, uno de los candidatos que, según las encuestas, comparte el terceto de posibles triunfadores, el ex Jefe de Gabinete de Ministros del kirchnerismo (2007-2008) Sergio Massa, que se presenta en un partido propio, declara, junto a su flamante equipo económico integrado en su gran mayoría por ex oficialistas, que posee un supuesto plan para liberar el cepo en 100 días del que mucho no se sabe aún. Sus explicaciones, como suele suceder en las campañas argentinas, no se distinguen por la claridad. Son, más bien, un conjunto de frases más o menos bien armadas, pero finalmente insustanciales y, muchas veces, inconexas y mutuamente contraproducentes.

Ahora bien, habla de 100 días, cuando este tipo de medidas de ninguna manera pueden tardar tanto tiempo en instrumentarse. Es más, la dilación seguramente juega en contra de la real efectividad de este plan que, como dijimos, ni siquiera ha sido explicado en detalle.

En cambio, lo lógico sería tomar el toro por las astas y, sin demora ninguna, terminar con el actual mercado de moneda extranjera que tiene Argentina hoy en día: un  gobierno que monopoliza absolutamente la compra/venta de divisas mediante el Banco Central. Si, como bien sabemos, es generador de derroches, negociados y prebendas cualquier “mercado” estatal, está claro que al caso que analizamos le corresponden las generales de la ley. Dado que el dinero es una mercancía como cualquier otra, lo que se debe hacer es dejar comerciar con total libertad a las casas de cambio, negocios, particulares, exportadores, importadores,  en definitiva al mercado, que puedan elegir la moneda de su preferencia al tipo de cambio libremente interactuado entre ellos. Esto no es para nada descabellado, es solamente lo que se hace en gran parte del mundo, ¿por qué debería ser distinto para Argentina?

Finalmente, de esta manera se liberaría al Banco Central de la tarea de controlar y administrar el mercado de divisas, y los dólares que tiene en sus reservas (por otra parte, cada vez más escasas) se destinarían (como debe ser) solamente a respaldar la moneda –pesos- que emite.