Hace un par de semanas le propuse a
Agustín Laje Arrigoni, autor del libro LosMitos Setentistas, realizar una conferencia en la ciudad de Tandil, donde
yo vivo, para presentar el libro en cuestión y, también, concientizar a mi
ciudad sobre la verdad oculta de la dictadura del ’76-83.
Muy entusiasmado, comencé con los
preparativos para ese evento. La idea era realizarlo en el mes de octubre. Comencé
buscando un salón y, claro, pensé en el Aula Magna de mi Universidad
(Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires), donde ya
había presenciado otras conferencias como, por ejemplo, la brindada por el filósofo
Mario Bunge. Se trata de una sala moderadamente grande y bien ambientada, como
para una concurrencia de unas 50 personas.
Pues bien, averiguando en la sede central
de la Universidad (Pinto y Chacabuco), me redireccionaron con los encargados del
Centro Cultural, que son quienes administran dicha Aula Magna. Fui y hablé con
2 secretarias. Les comenté que era alumno regular de la Facultad de Humanas y
que quería traer al autor de un libro para que lo expusiera. La conversación
arrancó muy bien encaminada. Es más, cuando les dije que iba a ser en octubre,
una de las 2 secretarias tomó una agenda, como amagando a darme una fecha
concreta…cuando en ese momento la otra secretaria me preguntó “¿de que trata el
libro?” digamos que sólo por curiosidad. Al explicarles las líneas
fundamentales del trabajo de Agustín, la conversación y el ambiente cambiaron
rotundamente… “¡Aaaah! Noooo. Esas cuestiones acá no se tratan… las tenés que ver
con la Secretaría de Extensión, a cargo del Programa de Derechos Humanos,
Memoria, Verdad y Justicia de la UNICEN… Espera que te consigo el número de la
que se encarga de esto”.
Ahora bien ¿cómo es posible que si hacía
30 segundos estaban a punto de darme una fecha, ahora querían mandarme a una
secretaría que ni siquiera sabía que existía? Tan solo quería que me facilitaran
el salón. A continuación, mientras la secretaria buscaba el teléfono, la otra
comenzó a hacerme preguntas capciosas y a cuestionar la postura de Laje.
Maria Nazábal |
Más o menos 4 horas después me llama Nazábal
a mi celular para comunicarme que no iba a poder contar con el Aula Magna de la
UNICEN, porque el libro no se adecuaba “con
la perspectiva que mantiene la universidad acerca de la memoria, la verdad y la
justicia” y que el autor tiene “una visión
burda de la realidad”. Además, me dijo que el libro es “un insulto para los 30.000 desaparecidos, y
que viola los derechos humanos de la Argentina y todos los tratados
internacionales que firmó” y que yo “como
estudiante de relaciones internacionales debería tener claro”.
La conversación se puso muy chispeante,
yo explicándole que el acto, por supuesto, se iba a adecuar totalmente dentro
del respeto y de las normas de la democracia, QUE SOLO QUERIA QUE ME FACILITARAN
EL AULA, que de la organización me encargaba yo, y que no quería ningún aval de
la universidad. Luego de una acalorada conversación con Nazábal, quedó en que
estaba invitado a juntarme con ella a debatir sobre el tema en cuestión, pero que
no me iban a prestar el aula y que me tengo que “informar un poco más acerca de los derechos humanos”.
Sinceramente, lo primero que se siente es
un gran enojo por todo lo sucedido. Pero luego se agrega una gran lástima por
toda esta generación de jóvenes a los que se los adoctrina con una mentira para
sacar rédito político para el oficialismo de turno y que, cuando se intenta mostrar la verdad completa del pasado argentino que
molesta a la historia oficial de hoy en día, lo único que se encuentra, en el
mejor de los casos, es la censura y la negación. En otras palabras, la República sigue muriendo…
Agustín Laje Arrigoni |