viernes, 31 de mayo de 2013

El control de precios, la inflación y una Argentina muy parecida a la vieja Alemania

El control de precios, íntimamente ligado a la inflación, es una ruina económica que hoy en día esta afectando a la Argentina.

Primero y antes que nada hay que definir y comprender que es la inflación y porque es tan peligrosa para el sano crecimiento de la economía de una país.

Tal y como define Alberto Benegas Lynch (h) en su libro Fundamentos de Análisis Económico, la inflación es la emisión monetaria por causas exógenas. Esto se explica de la siguiente manera: la moneda, al ser una mercancía como cualquier otra, está sujeta a la ley de oferta y demanda; si el mercado demanda, por ejemplo, 5% de moneda, el gobierno o quien sea que provea la moneda, entrega al mercado lo que éste necesita. Sin embargo, lo que es perjudicial es cuando se provee en excesiva cantidad, superando la demanda del mercado y generando así una pérdida de valor real de la misma, es decir, un aumento en la base monetaria.


Esta excelente definición contradice a la clásica enunciación que se aprende tanto en las escuelas como en las universidades, que dice, confundiendo efectos con causas, que la inflación es el “aumento general de precios”. Esta última definición es una falacia, dado que si todos los precios aumentan, incluido el salario que también es un precio, por ejemplo un 10%, esta inflación no afectaría en nada dado que los ingresos también aumentarían en ese porcentaje. Todo lo contrario: la inflación provoca un aumento dispar en los precios, generando entonces interminables pujas distributivas.

Para colmo, en estos días hasta en el más alto escalón del Ejecutivo se habló que el aumento en los precios era culpa de los comerciantes o empresarios. Pero, ¿es esto así? Decididamente, no. Las causas de la variabilidad en los precios se pueden deber, entre otros, a 2 factores. Uno tiene que ver con la esencia del capitalismo, el libre mercado, la acción humana del hombre. Y la otra, todo lo contrario, la intromisión del gobierno.

En el primer caso se debe a fenómenos endógenos, como destaqué antes, que corresponden a sucesos en el propio seno del libre mercado, por lo que nada tiene de preocupante. Son, en última instancia, señales para indicar en donde invertir y en donde desinvertir.

Mientras que en el segundo se da por sucesos exógenos: el manejo bancario del gobierno, la emisión espuria de “moneda”. Algo que es súper peligroso,  porque crea una burbuja ficticia, desviando de manera artificial los gustos de las personas y haciendo que las inversiones y los capitales se dirijan en direcciones erróneas.

Por lo tanto, es bueno destacar que los precios reales jamás pueden ser prisioneros de los gobiernos, sino que deben obligatoriamente manifestar las predilecciones de los individuos. Es más, la intervención gubernamental en la formación de los precios conduce, inexorablemente (y más temprano que tarde) a la conculcación de las libertades de los ciudadanos. Para los que crean que esto es una exageración del autor, los invito a repasar, brevemente, lo que sucedió en Alemania antes del nazismo y, que claro, sentó las bases para la entronización de Hitler en el poder. Pues bien, ejemplos de controles de precios hay cientos, pero quiero destacar entonces el caso de Alemania, ampliamente tratado en “Inflación y Control de precios” (Publicación del Instituto Integración Iberoamericano, México 1983).

En el mismo se señala que el contexto histórico se produce alrededor de la Primera Guerra Mundial que, en materia económica, no fue muy diferente a lo que es la Argentina de hoy en día: en ambos gobiernos se llevó y se lleva a cabo una política inflacionaria y un control de precios.

En el caso alemán, la producción de bienes y servicios directamente colapsó debido al control de los precios. De inmediato, el gobierno alemán dispuso un fracasado racionamiento de productos, mientras que el control se extendía no solo a los bienes sujetos al mismo, sino también a casi todo el conjunto de la economía.

El siguiente paso fue la centralización, a pasos acelerados, de todos los negocios bajo el ala del gobierno. Lo  previsto por el programa del presidente Hindenburg era la completa planificación central de toda la producción, era transformarse en un exacto y totalitario Commonwealth. Básicamente, lo que se quería hacer no era otra cosa que, como pretendían los socialistas, una Alemania donde la propiedad privada solo figuraba en lo coloquial, mientras que en la práctica era todo propiedad estatal.

El nacionalismo alemán glorificaba los logros de Zwangswirtshaft (la economía dirigida u obligatoria), lo definían como el más perfecto método para la realización del socialismo en un país predominantemente industrial como Alemania. Es más, este tipo de políticas fueron efectuadas  en otras oportunidades, por caso en 1931 con el canciller Brunning, que intentó retomar el Programa Hindnburg , aunque tiempo después los nazis realizaron un fortalecimiento más feroz de estas medidas.  

Ya en la Alemania nazi, el Reichswirtshaftsministerium (Ministerio de Economía del Reich) era el supremo director de toda la actividad productora. Toda empresa debía acatar las medidas que se les ordenaban. La clase dirigente de empresarios dejo de existir, pasando a ser meros empleados del partido nazi y la burocracia del Reich. Los privados ya no gozaban del fruto de su propio trabajo y las pocas ganancias que obtenían debían ser puestas donde el Ministerio de Asuntos Económicos les indicaban. Lo demás es historia conocida.

En otras palabras, el plan nazi del control de la economía significó un brutal cercenamiento de las libertades civiles y económicas, sin tomar en cuenta que, finalmente, se degradó en uno de los regímenes más feroces (no el único, ciertamente) que se hayan conocido en la historia de la humanidad.

A modo de conclusión, preocupa que en vez de atacar la raíz del problema, los gobiernos crean medicinas baratas que calman el dolor, pero que no matan la enfermedad. Debemos tener siempre presente el recuerdo de la Alemania de aquel entonces, la Alemania de 1923 donde el marco quedo devastado en una billonésima parte de su valor adquisitivo, una Alemania cada vez más parecida a la Argentina de nuestro tiempo.