El agrandamiento del gobierno central va en contra del espíritu y la letra del libre mercado, dado que un gobierno grande es sinónimo de intromisión, de impuestos y de injerencia en la las libertades de los individuos.
John Stuart Mill |
Ya decía John Stuart Mill que es innecesario y contraproducente agregar funciones adicionales al gobierno, puesto que los individuos, mayoritariamente, entonces darán por sentado que tales tareas serán hechas por el estado (por ejemplo, obras públicas, seguros, bancos, universidades) y, en buena manera, se enerva la actividad de las personas, la iniciativa personal, y, finalmente, se cercena la libertad individual. Justamente la libertad individual para que cada persona pueda elegir y no dejar que el gobierno decida por nosotros, equivocarnos con nuestras propias decisiones y no con las de otros. En definitiva ganarse el pan con el sudor de la frente y no con el sudor del de enfrente.
Los gobiernos grandes tienden a la compulsión de controlar todo lo que más puedan. Como decía Lord Acton “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Y en ese afán, las buenas intenciones que puedan llegar a tener los gobernantes de turno y los resultados de sus políticas siempre son muy diferentes. Uno de los problemas centrales es el tema de fijar reglas claras para los gobiernos y los límites, que cosas sí y que cosas no. Así llegamos a lo que en la mayoría de los países llaman Constituciones (escritas o por tradición, como en el caso de Gran Bretaña). Y federalismo a la manera en que se organizan internamente los estados. La mejor práctica es la administración que se descentraliza en varios pequeños gobiernos, porque pocas cosas son tan inestables como un ejecutivo central y, si sabemos que éstos son un mal necesario, entonces es mejor tener a la bestia encadenada, para no sufrir lo que podría llegar a ser un macro gobierno central gigante. En el Federalista X, Madison destaca sobre los gobiernos elegidos por medio de la democracia: “una democracia pura, por la que entiendo una sociedad integrada por un reducido número de ciudadanos que se reúnen y administran personalmente el gobierno, no puede evitar los peligros del espíritu sectario”, siguiendo, “aprueban medidas no conformes con las normas de la justicia y los derechos del partido más débil, impuestas por la fuerza superior de una mayoría interesada y dominadora”. Justamente, es grandísima la peligrosidad de tener a un grupo muy reducido de individuos decidiendo el futuro de otros millones.
Así, en el federalismo lo importante es que el gobierno de la provincia A no intervenga en la vida de los ciudadanos de la provincia B o C. Como bien señala Antonio Martino, de la Universidad de Roma, a su vez los gobiernos experimentan políticas públicas con procesos de prueba-error. Martino reitera que una descentralización en pequeños y muchos gobiernos permite la pacífica confraternización entre las diferentes etnias, grupos lingüísticos y geografía en los países. Cada provincia federal tiene entonces la libertad de gobernarse como le plazca, compitiendo finalmente por los habitantes, donde las exitosas atraigan más gente a vivir en ellas que las restantes. Pequeños países dentro de un gran país. Así fueron fundados en sus comienzos naciones como Suiza, Argentina, o el mismo EE.UU., que es en realidad no una nación sino un continente de 50 naciones con un gobierno federal que solo centraliza reducidos y limitados poderes, como la defensa o las relaciones exteriores.
En síntesis, si defendemos la libertad a través, claro, de un gobierno limitado y centrado en sus tareas esenciales, debemos también necesariamente abocarnos a la tarea de lograr un verdadero, efectivo, seguro y práctico federalismo.