Argentina es hoy un país turbulento, aunque a los ojos
de las personas comunes en el mundo pueda parecer seducir con la imagen de una
nación de gente pudiente y prospera. Por lo menos, esa era la imagen que más de
una vez transmitió. Pero, ¿de dónde viene, precisamente, ese retrato de
prosperidad?
En las siguientes líneas voy a tratar de develar de
donde proviene esa concepción, relacionada con una historia interesante y atrapante,
pero con un presente con un futuro más que incierto.
Argentina no hizo su prosperidad, claro, de la
noche a la mañana, sino hasta luego de una larga guerra civil, como resultado
de la cual hacia 1850 el país se consolida como una nación organizada y, más
aun, con la sanción en 1853 de un constitución redactada por Juan Bautista
Alberdi, muy similar a la de Estados Unidos, en la que se establecen los marcos
institucionales, republicanos y federales para el progreso del país. Que la
Argentina, para esa época un enorme y deshabitado desierto, pudiera darse una
constitución 100% liberal fue un enorme paso, necesario pero no suficiente para
el milagro. Y el milagro se dio.
A partir de ese entonces, los logros obtenidos
fueron más que notables. Tan solo por citar algunos, la población pasó de un millón de habitantes en 1850 a
ocho millones en 1914. El área sembrada, de 500.000 a 24 millones de hectáreas.
Las exportaciones subieron de 30 millones de pesos oro en 1870 a 389 millones
en 1910. La red ferroviaria creció de 732 kilómetros en 1870 a 28.000
kilómetros en 1910, junto con una avanzadísima red de carreteras, integrando
los desiertos espacios argentinos. El crecimiento por habitante entre 1875 y
1913 fue de más del tres por ciento anual. La inmigración, atraída por ese
ilimitado progreso, fue casi explosiva: unos seis millones de extranjeros
llegaron al país.
En lo que respecta al progreso en
calidad humana, la tasa de mortalidad por mil habitantes había bajado del
22,98 en 1889-1898 a 16,5 en 1899-1907. A título comparativo, podemos decir que
la tasa en 1908, que era de 15,2, podía medirse favorablemente contra las de
Berlín (14,8), Londres (15,1) y Nueva York (18,6).
En 1869, el país tenía un 70% de
analfabetos. En 1930, se habían reducido al 22%. La tasa de escolaridad
primaria, que en 1870 era del 20%, en 1920 llegaba al 64%. (En Italia, para los
mismos años, había subido del 33 al 55%).
Se construyeron enormes edificios y
obras que aún hoy perduran: el Teatro Colón, las estaciones de Retiro y
Constitución, el Correo Central, el Congreso (réplica del Capitolio americano),
el subterráneo (primero de América del sur y 13° del mundo), o la red
telefónica (apenas un par de años después que en Nueva York) . Resumiendo, el sentido liberal de su constitución, y el respeto
irrestricto de la misma, permitieron que la Argentina, entre 1880 y 1920, creciera ¡¡42 veces!! Su
economía era mayor a todo el resto de América del sur sumado (incluyendo
Brasil, Colombia, Venezuela y demás países).
Todo indicaba que el progreso no
tendría límites. En definitiva, un pais que no solo era
potencia y faro en América, sino también en el mundo.
Lo que paso luego no es más que una
serie de medidas y políticas populistas
erróneas adoptadas por los sucesivos gobiernos de la época, con escasas
y honrosas excepciones. El comienzo de la decadencia bien puede fijarse hacia
1935, cuando se creó el Banco Central Argentino, y desde entonces, sin casi interrupción,
se adoptó una política monetaria expansiva, la base de una siempre presente
inflación para solventar el gasto público del gobierno. Se estatizaron las
empresas ferroviarias, el petróleo y toda la energía, las comunicaciones.
Obviamente, la corrupción que implican esas prácticas se extendió a lo largo y
a lo ancho del país. En fin, el agrandamiento del leviathan nacional, rompió
todo tipo de federalismo y ha hecho a las provincias totalmente dependientes
del gobierno central.
Lo anterior se dio junto con una
política comercial mercantilista, con principios de protección nacional y
aranceles a las importaciones que, por supuesto, pulverizaron el progreso y el
desarrollo, hasta ese momento notables. Se destruyó la cultura del trabajo, el
esfuerzo individual en aras de un difuso colectivismo, se puso en duda la
propiedad privada, se difundió la idea que se puede vivir a costa del estado.
Por supuesto, ha habido en estos 100 años períodos cortos de lucidez, pero
lamentablemente las ideas estatistas primaron por sobre la libertad. La
decadencia entonces fue inevitable. Hoy en dia Argentina se encuentra en el
puesto 137 (de un total de 152) del índice de libertad económica que publica
todos los años el Instituto Fraser de Canadá, junto con el Instituto Cato de
Estados Unidos. El desánimo y la declinación son perceptibles en todo el
país.
De esa Argentina que parecía que
fuese a dominar el mundo, ya no queda nada. Lamentable ejemplo de
involución. La Argentina tiene reservas morales, pero la tarea por delante es
titánica.
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